lunes, 8 de octubre de 2012

El día de las 1000 fotos

Las tostadas se han quemado. Seguramente mientras se calentaba la leche, que ahora humea. Ya quedan pocas tazas en la mesa, será que todos los demás se han marchado. Hay tantísimas migajas de pan sobre la mesa como si por allí hubiera pasado una estampida. Casi no queda fruta. En el fregadero todavía están apilados los platos de la noche anterior. El balcón entreabierto deja que entre una fina brisa que permite a la cocina estar fresquita. Quizá para despertar a los transeúntes.

Está repleta. Creo que no queda ni un sitio vacío, quizá por delante, junto a conductor.Con caras dormidas, los viajeros miran por la ventana o sonríen a la pantalla del móvil. Hay unos pocos que leen los apuntes, aunque se ven caras jóvenes, estudiantes casi todos. Por allá delante están las de derecho, con sus americanas y sus zapatitos casi de cristal. En los asientos de cuatro, con sus cascos y aspecto más informal, los de comunicación. Sin poder sentarse por falta de espacio, alguno de arquitectura, al que casi ni se ve tras su maqueta extremadamente grande.

Qué pasillo. Es enorme. Todavía es pronto, así que está un poco vacío. Por los bancos se ven alumnos tirados, puede que echando una última cabezadita antes de meterse en las aulas, quien sabe si para atender. Hay gente saliendo de una puerta con magdalenas o garrotes. Será la cafetería. Tras la grande cristalera se ve gente aprovechando hasta el último momento para fumar. El suelo está lleno de colillas. Los conserjes, por su parte, son los más despiertos de toda la facultad. 

La televisión está encendida, pero nadie parece hacer mucho caso. El hombre sentado duerme plácidamente con una manta sobre las piernas. Hay una mujer. Lo sé por sus manos: son muy finas. Todo lo demás lo esconde tras el periódico. También hay dos mochilas por el suelo. Ya están todos en casa. El sol se cuela entre las cortinas del salón, que apuntan al Oeste. En la mesita, una tableta de chocolate casi terminada ofrece un dulce descanso después de comer.

Hay muchísima gente. Hoy está abarrotado. Con el culo apoyado en el suelo, todos beben, ríen y fuman como carreteros. Si vinieran los guiris podrían aprovechar este día para tirarse también de la fuente: seguro que no tocan el suelo. Ya no hay mucha luz, pero la temperatura debe ser buena porque las camisetas de tirantes se repiten a porrón. Mirando a través de los cristales parece que el Mesón y la Mejillonera son los bares más llenos.

El reloj marca las 04:30. La persiana está bajada y la lamparita de noche encendida. Todo invita al descanso. Todo menos la cama. aún están encima las cosas acumuladas a lo largo del día. Algo de ropa, libros y el ordenador son un obstáculo entre ese instante y el sueño rotundo.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Una mañana en el mercado



El mercado no era un sitio nuevo para mí. Los puestos, los vendedores e incluso los paseantes me resultaban familiares. Pero ese día fue diferente. No fui como otros sábados, fui a observar, a realmente mirar qué me podía ofrecer ese sitio atiborrado de personas.


Tras mirar un poco aquí y allá, en seguida caí que lo que me interesaba no era la comida. Comida hay en muchos sitios. Pero un mercado va más allá de lo que los puestos puedan ofrecer. Me pareció interesante la gente con la que me pude codear aquella mañana. 


Entre los transeúntes había gente de todos los gustos y colores. Había hombres mayores mirando hacia los puestos. Había niños que correteaban entre las piernas de sus padres. Había madres con hijos, abuelos con nietos. Había vendedores sonrientes. Otros no tan sonrientes.


Por eso no me centré en lo que se ofrecía en los puestos de comida, sino en quién lo ofrecía y a quién se lo ofrecía. No me extrañó cómo se sonrojaban los que se daban cuenta de que una cámara estaba apunto de grabar su imagen. Tampoco me extrañó la cara de los sorprendidos o curiosos por ver qué pasaba. 


Me gustó más, en cambio, la naturalidad de aquellos que no se daban cuenta de que iban a ser fotografiados. Me gustaba su forma de mirar la comida con gusto, sus gestos... Su naturalidad. Y quise contrastar eso con la mirada sincera de los niños que sí se fijaban en todo. Aún así eran sinceros, y no posaban ni se sonrojaban. Fue una mañana deliciosa.


jueves, 20 de septiembre de 2012

Me gustas cuando callas



Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieras volado
y parece que un beso te cerrara la boca. 


Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llenas del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.


Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.


Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


domingo, 16 de septiembre de 2012

Reflejos

Los reflejos. La realidad reflejada. No. Era mucho más: eran aquellas pizcas de realidad que se espiaban a través de los espejos o cristales donde se proyectaban. A través de la cámara podía coger fragmentos de realidad, los que me diera la gana, y fotografiarlos desde un punto de vista diferente, desde una perspectiva diferente. 


Las calles por donde pasaba prácticamente todos los días parecían muy diferentes al mirarlas desde los reflejos de los escaparates. Algunas se veían mejor, otras se difuminaban más. Lo importante era que, al mirar de frente algo, nunca parecía igual que al mirar su proyección. 


Se formaban dibujos diferentes, y según como fuera la superficie donde se reflejaba, la ciudad parecía deformarse. Las líneas rectas se convertían en curvas, y las casas parecían ser miradas a través de un vaso de cristal.









sábado, 8 de septiembre de 2012

Escultura de Aizkorbe



Procedente del mundo del diseño y de la pintura, Faustino Aizkorbe, de Olloqui, es un escultor autodidacta que ha seguido los pasos de otros como Chillida u Oteiza. Este último es quien reconoce en Aizkorbe una nueva generación vasca de escultores. 



Aunque Oteiza se refiriera a Aizkorbe como un personaje de una "nueva generación", la obra del escultor nos recuerda mucho a algunas esculturas de Chillida. Nada más ver esta figura, de nombre "Articulación flotante", me vino un recuerdo a arena, a piedra mojada y agua salada. Durante los cinco primeros minutos no pude dejar de pensar en las similitudes entre esta escultura y el Peine de los Vientos, de Chillida.  


Con la misma fuerza con la que parece cortar el viento el Peine, la Articulación flotante de Aizkorbe parecía atraer a los rayos de sol hacia la circunferencia principal y el resto de huecos que componen la figura. El Sol estuvo escondido tras las nubes casi todo el tiempo, pero cuando se asomaba, aunque fuera tan sólo una chispa, la escultura parecía iluminarse, brillar. 


El Sol no era lo único que hacía que la escultura llamase aún más la atención. El paisaje que la rodea hace que destaque sobre los verdes de las hojas de los árboles y de la hierba. El color del acero cortén que Aizkorbe utilizó coordina con el marrón de los troncos de los árboles. 


Desde el suelo y a contraluz la figura se levantaba majestuosa frente al cielo grisáceo. Cuando conseguía ocultar los rayos de sol que atravesaban el aire con la escultura, tras el objetivo de la cámara se podía ver una forma teñida esta vez de negro, que se presentaba elegante. 


Así, mirando las fotografías que había tomado esa tarde, me di cuenta de que, más allá de haber observado la escultura, había jugado con la Articulación flotante.