domingo, 30 de septiembre de 2012

Una mañana en el mercado



El mercado no era un sitio nuevo para mí. Los puestos, los vendedores e incluso los paseantes me resultaban familiares. Pero ese día fue diferente. No fui como otros sábados, fui a observar, a realmente mirar qué me podía ofrecer ese sitio atiborrado de personas.


Tras mirar un poco aquí y allá, en seguida caí que lo que me interesaba no era la comida. Comida hay en muchos sitios. Pero un mercado va más allá de lo que los puestos puedan ofrecer. Me pareció interesante la gente con la que me pude codear aquella mañana. 


Entre los transeúntes había gente de todos los gustos y colores. Había hombres mayores mirando hacia los puestos. Había niños que correteaban entre las piernas de sus padres. Había madres con hijos, abuelos con nietos. Había vendedores sonrientes. Otros no tan sonrientes.


Por eso no me centré en lo que se ofrecía en los puestos de comida, sino en quién lo ofrecía y a quién se lo ofrecía. No me extrañó cómo se sonrojaban los que se daban cuenta de que una cámara estaba apunto de grabar su imagen. Tampoco me extrañó la cara de los sorprendidos o curiosos por ver qué pasaba. 


Me gustó más, en cambio, la naturalidad de aquellos que no se daban cuenta de que iban a ser fotografiados. Me gustaba su forma de mirar la comida con gusto, sus gestos... Su naturalidad. Y quise contrastar eso con la mirada sincera de los niños que sí se fijaban en todo. Aún así eran sinceros, y no posaban ni se sonrojaban. Fue una mañana deliciosa.


jueves, 20 de septiembre de 2012

Me gustas cuando callas



Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieras volado
y parece que un beso te cerrara la boca. 


Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llenas del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.


Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.


Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


domingo, 16 de septiembre de 2012

Reflejos

Los reflejos. La realidad reflejada. No. Era mucho más: eran aquellas pizcas de realidad que se espiaban a través de los espejos o cristales donde se proyectaban. A través de la cámara podía coger fragmentos de realidad, los que me diera la gana, y fotografiarlos desde un punto de vista diferente, desde una perspectiva diferente. 


Las calles por donde pasaba prácticamente todos los días parecían muy diferentes al mirarlas desde los reflejos de los escaparates. Algunas se veían mejor, otras se difuminaban más. Lo importante era que, al mirar de frente algo, nunca parecía igual que al mirar su proyección. 


Se formaban dibujos diferentes, y según como fuera la superficie donde se reflejaba, la ciudad parecía deformarse. Las líneas rectas se convertían en curvas, y las casas parecían ser miradas a través de un vaso de cristal.









sábado, 8 de septiembre de 2012

Escultura de Aizkorbe



Procedente del mundo del diseño y de la pintura, Faustino Aizkorbe, de Olloqui, es un escultor autodidacta que ha seguido los pasos de otros como Chillida u Oteiza. Este último es quien reconoce en Aizkorbe una nueva generación vasca de escultores. 



Aunque Oteiza se refiriera a Aizkorbe como un personaje de una "nueva generación", la obra del escultor nos recuerda mucho a algunas esculturas de Chillida. Nada más ver esta figura, de nombre "Articulación flotante", me vino un recuerdo a arena, a piedra mojada y agua salada. Durante los cinco primeros minutos no pude dejar de pensar en las similitudes entre esta escultura y el Peine de los Vientos, de Chillida.  


Con la misma fuerza con la que parece cortar el viento el Peine, la Articulación flotante de Aizkorbe parecía atraer a los rayos de sol hacia la circunferencia principal y el resto de huecos que componen la figura. El Sol estuvo escondido tras las nubes casi todo el tiempo, pero cuando se asomaba, aunque fuera tan sólo una chispa, la escultura parecía iluminarse, brillar. 


El Sol no era lo único que hacía que la escultura llamase aún más la atención. El paisaje que la rodea hace que destaque sobre los verdes de las hojas de los árboles y de la hierba. El color del acero cortén que Aizkorbe utilizó coordina con el marrón de los troncos de los árboles. 


Desde el suelo y a contraluz la figura se levantaba majestuosa frente al cielo grisáceo. Cuando conseguía ocultar los rayos de sol que atravesaban el aire con la escultura, tras el objetivo de la cámara se podía ver una forma teñida esta vez de negro, que se presentaba elegante. 


Así, mirando las fotografías que había tomado esa tarde, me di cuenta de que, más allá de haber observado la escultura, había jugado con la Articulación flotante.