Las tostadas se han quemado. Seguramente mientras se calentaba la leche, que ahora humea. Ya quedan pocas tazas en la mesa, será que todos los demás se han marchado. Hay tantísimas migajas de pan sobre la mesa como si por allí hubiera pasado una estampida. Casi no queda fruta. En el fregadero todavía están apilados los platos de la noche anterior. El balcón entreabierto deja que entre una fina brisa que permite a la cocina estar fresquita. Quizá para despertar a los transeúntes.
Está repleta. Creo que no queda ni un sitio vacío, quizá por delante, junto a conductor.Con caras dormidas, los viajeros miran por la ventana o sonríen a la pantalla del móvil. Hay unos pocos que leen los apuntes, aunque se ven caras jóvenes, estudiantes casi todos. Por allá delante están las de derecho, con sus americanas y sus zapatitos casi de cristal. En los asientos de cuatro, con sus cascos y aspecto más informal, los de comunicación. Sin poder sentarse por falta de espacio, alguno de arquitectura, al que casi ni se ve tras su maqueta extremadamente grande.
Qué pasillo. Es enorme. Todavía es pronto, así que está un poco vacío. Por los bancos se ven alumnos tirados, puede que echando una última cabezadita antes de meterse en las aulas, quien sabe si para atender. Hay gente saliendo de una puerta con magdalenas o garrotes. Será la cafetería. Tras la grande cristalera se ve gente aprovechando hasta el último momento para fumar. El suelo está lleno de colillas. Los conserjes, por su parte, son los más despiertos de toda la facultad.
La televisión está encendida, pero nadie parece hacer mucho caso. El hombre sentado duerme plácidamente con una manta sobre las piernas. Hay una mujer. Lo sé por sus manos: son muy finas. Todo lo demás lo esconde tras el periódico. También hay dos mochilas por el suelo. Ya están todos en casa. El sol se cuela entre las cortinas del salón, que apuntan al Oeste. En la mesita, una tableta de chocolate casi terminada ofrece un dulce descanso después de comer.
Hay muchísima gente. Hoy está abarrotado. Con el culo apoyado en el suelo, todos beben, ríen y fuman como carreteros. Si vinieran los guiris podrían aprovechar este día para tirarse también de la fuente: seguro que no tocan el suelo. Ya no hay mucha luz, pero la temperatura debe ser buena porque las camisetas de tirantes se repiten a porrón. Mirando a través de los cristales parece que el Mesón y la Mejillonera son los bares más llenos.
El reloj marca las 04:30. La persiana está bajada y la lamparita de noche encendida. Todo invita al descanso. Todo menos la cama. aún están encima las cosas acumuladas a lo largo del día. Algo de ropa, libros y el ordenador son un obstáculo entre ese instante y el sueño rotundo.
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